lunes, 19 de diciembre de 2011

En Diciembre, Bollos


Una amiga multicultural que ahora vive en la costa oeste americana ahora de visita en su  tierra publicó una foto de sus hallacas en facebook, y un amigo gringo le celebró los tamales.

Todos los venezolanos que leímos  la nota decidimos por flojera no dar explicaciones. Pero el comentario del gringo tiene sentido, porque cuando están envueltos todos se parecen.


El pastel relleno y rodeado de hojas de plátano reaparece en muchas zonas de hispanoamérica. 
En Venezuela hemos visto su más conspicuo representante en la hallaca, protagonista de nuestras cenas de diciembre. En México, está el tamal, aunque no creo que sea un plato exclusivamente navideño. En Puerto Rico nos aparece con plátano majado como masa. 

El hermanito de las hallacas venezolanas es el bollo. De ellos pocas veces se habla, como no sea para los clásicos - y aburridos - chistes de doble sentido. Son el pariente más cercano del tamal, por la forma como vienen preparados, la cual buscaremos explicar más abajo. 
Fiel a la economía doméstica que es siempre inspiración de los platos fundamentales que componen cualquier cocina, el bollo se hace con lo que quedó de los ingredientes de las hallacas, una vez que se han armado. 
Los ingredientes de gran tamaño (según el gusto de la familia puede ser almendras, gallina, el guiso sobrante, alcaparras, aceitunas, etc.) se pican o muelen para formar con la masa de maíz una mezcla blanda y de aspecto dudoso, que se envuelve en hojas de plátano y se cocina en agua.
Foto tomada de http://mipagina.1001consejos.com/group/hispanohablantesdedescensoamericano/forum/topics/tamales-mexicanos  , donde se corrobora que en el sur de México se envuelven los tamales en hojas de plátano.

Afortunadamente el aspecto poco apetitoso se pierde al cocerse, pues la masa se solidifica, resultando en apetitosos pasteles que sirven hasta como pasapalo, picados en cuadritos y atravesados con palillos.  Hay que ver lo que resuelven en desayunos y cenas en estas épocas. Tengo un amigo quien, en franco desafío al colesterol, los come con huevos fritos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Segundo de Diciembre


El fin de semana pasado funcionó como esos capítulos de telenovela en los que hacen fiestas justo en la etapa culminante de la temporada y se encuentran todos los protagonistas, aunque no peguen ni con cola. Para los efectos de este blog, hice dos cosas que mencioné en post pasados.
Participé en el encuentro familiar para hacer hallacas en casa de mi hermano, donde fui parte de un batallón que despachó entre bromas y tragos dos enormes ollas de guiso en espacio de unas cinco horas. 


Lástima que fuimos los primeros sorprendidos, porque si nos hubiéramos organizado, a lo mejor ya estuviéramos en el Guiness. 
Descubrí una vocación por amarrar hallacas. Habilidad que sin duda ya perdí luego de una semana, pues tiene dejos de tejedor de nasas y requiere de una paciencia que no me conocía.
También aproveché y, como en la película de Louis De Funès, saqué el pernil que desde las navidades pasadas hibernaba en mi congelador. 

Luego de un adobo versión libre del de Armando Scannone, lo horneé la noche de sábado para domingo, dejando a toda mi casa y vecinos drogados con el olor del cochino cocido.

Imagen obtenida de http://caracas.olx.com.ve/todo-para-su-cena-navidena-iid-82380922

El resultado parcial fue que se produjeron ciento cuatro hallacas y otros tantos bollos, mas un pernil que sirvió de almuerzo dominical para unos cuantos comensales. Fue un fin de semana de cocina intensiva. Salí cansado pero contento por haber completado un par de cosas de mi lista de pendientes. 




viernes, 2 de diciembre de 2011

Post - it de Diciembre

Estamos a dos de diciembre. Mes con múltiples personalidades. Por ser el mes de la navidad y fin de año, los preparativos pueden hacerlo pasar exasperantemente lento, aunque también sorprendentemente rápido.

Las dos sensaciones pueden venir casi simultáneamente, con todo lo contradictorio que se pueda leer. Por las mismas razones diciembre es un mes de tráfico intenso en las calles, máxime si llueve como ha venido ocurriendo todos estos días.






El año mengua peligrosamente; ya tengo  un año -bastante irregularcito el- escribiendo en Gordon Blue y hete aquí algunas cosas que no he hecho:


  • El pernil está muerto de la risa en mi freezer. Cada vez que lo abro parece mirarme con cara de reproche.
  • He hablado poco de la creatividad culinaria del venezolano, más allá del título de mi blog y de contar mis intentos como suchero, me quedé en puro buche y pluma.
  • No me he metido con un solo restaurant caraqueño, y mira que están malos y caros...

Pero quería poner algo en el blog, así sea este recordatorio que como un post it se queda en el timeline, para no olvidar algunas de las cosas que había prometido en el pasado, y que por lo tanto debo completar.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Restaurantes Buenos y Malos

Todos estos posts tienen el propósito de ponerme al día con el tiempo que no escribí en mayo, septiembre y octubre. Como el ritmo autoimpuesto era de uno por mes, aún estoy por debajo en dos para completar las doce contribuciones por año.
Quería escribir sobre lo que era el propósito primigenio de este blog, como era celebrar la inventiva culinaria venezolana, misma que se manifiesta con los restaurantes ubicados en las distintas urbanizaciones de la ciudad. 
Urbanizaciones que por céntricas fueron dejando de ser asiento de familias para convertir casonas en comederos. Pero si sigo por este derrotero, el post lo tendré que publicar en mi otro blog que es http://wulebal.blogspot.com/ el cual está más abandonado que este.
En Caracas se abren restaurantes con asiduidad. Ahora que estamos en época de vacas flacas el ritmo ha disminuido, pero igual sigue habiendo emprendedores. Esto debe demostrar que el negocio como que es bueno. 
Todos los restaurantes tienen por fin último ganar dinero, algunos son menos disimulados y simplemente te cobran por lo más mínimo, mientras que otros son un poco más escrupulosos y procuran darte algo a cambio. Como en todas las actividades en la vida, hay también los idealistas, quienes normalmente duran poco o pasan mucho trabajo.
No resulta fácil decidir cuáles restaurantes son buenos o malos en nuestra ciudad, Soria ya nos daba ciertos tips para no morir en el intento, como sería evitar menús plastificados o con muchas variedades de platos, o aquellos sitios en los que el Chef anda socializando, mientras la cocina se manda sola.
En Caracas los sitios nuevos normalmente son faramalleros. Las decoraciones, los nombres, la comida, pueden ser inspirados (cuando no copiados) de los lugares de moda en las grandes capitales del mundo. No es de extrañar que en Caracas veamos denominaciones y presentaciones idénticas a aquellas de Nueva York o Argentina,  aunque no siempre se trate de franquicias. Lo normal es que mientras el lugar tiene ambiente sofisticado, la probabilidad de que te esquilen con la cuenta sea directamente proporcional. 
Hay lugares que tienen arrancada de yegua y frenada de mula. Son aquellos en los que tu comida llega rápido, es de calidad aceptable, pero una vez que te traen el café, los mesoneros se desentienden y no rematan, por lo que puedes pasar el resto de la tarde esperando a que te dejen salir, o escaparte musitando un piadoso “que Dios te lo pague”, mientras sales sin mirar atrás, esperando que no te hagan la pregunta asiática.
Al que no conozca la pregunta asiática, la misma ocurre cuando alguien del staff o de la vigilancia del restaurante, le pregunta a uno que “Asia” dónde se dirige. 
Me podrán argumentar con razón que la preposición se escribe distinto y que el sustantivo pertenece a un continente, pero a mi favor puedo decirles que si les piden a los inquisidores que formulen la pregunta por escrito,  es tremendamente probable que la pregunta termine formulada de manera asiática, en esta época de ortografía deficiente.
Volviendo a lo mío, la decisión sobre si un restaurante es bueno o malo es absolutamente subjetiva. En lo personal, un restaurante me parece bueno cuando me atienden bien, la comida me gusta y el precio también; lo que me convierte en un cara común en materia gastronómica, porque, ¿A quién no le va a gustar algo así?

domingo, 20 de noviembre de 2011

Suchi Casero

Luego del preámbulo en mi post anterior, en el presente quiero contar un poco mejor la experiencia de hacer unos roles caseros. 
Ya hace unos quince años, en pleno auge de la sushimanía criolla había yo incursionado en los arcanos del sushi. Por ser  dos ocasiones en las que preparé roles, voy describirlas  juntas, como si se tratara de memorias de un afectado de Alzheimer. 

1. Ingredientes:
En la primera ocasión, fui al Lotte Market en Los Palos Grandes, donde conseguí un saco de dos kilos de arroz japonés, las algas secas, el wasabi que venía en un tubo como de pasta de dientes, cangrejo de imitación y vinagre de sake. 
El vinagre de sake anduvo siglos en la casa, hasta que en uno de los arreglos de temporada, cuando decidimos que ni con trampa lo íbamos a volver a usar por miedo a envenenarnos, lo botamos.

El arroz japonés medró en mi nevera, sobreviviendo a varias mudanzas, pero no a la voracidad de una señora de servicio que casi nos dejó en la ruina y que cuando me fui a dar cuenta, hace meses que había dado cuenta de mi arroz japonés, en sus preparados costeños.
La receta que conseguí para hacer el sushi venía de un libro mexicano que planteaba usar vinagre dulce, imagino que a falta de los propios ingredientes. Yo no tenía en aquel momento problemas, porque, como dije, ya contaba con vinagre de sake comprado en una botellita de plástico, parecida a los cuartos de litro de aceite. 
1.1. Relleno. 
La primera vez constó de aguacate, huevas e imitation crab. Para la segunda vez compré también mero y salmón crudos, por lo que prepararlos fue una labor que requirió mayor paciencia que la que mi hambrienta familia tenía. En cuanto al aguacate, la segunda vez no conseguí uno maduro


1.2. Instrumentos 


Como ahora hay mucha más cultura (o faramallería) culinaria, en cualquier automedicado se consiguen casi todos los implementos para cocinar sushi. En esta ocasión compré los aparatos especiales para enrollar los roles, aunque más abajo verán que traían una sorpresa.  

2. Preparación
El arroz se lava según los entendidos hasta que el agua salga transparente, de forma de quitarle almidón. Eso era demasiado tiempo para el hambre familiar, por lo que me conformé con que el agua fuera color Hidrocapital cuando sale limpia.
Hervir el arroz no debería ser mayor reto para un hijo de gocho, acostumbrado a preparar arroz blanco todos los días de su vida pero hete aquí que el arroz criollo difiere en buena medida del japonés.
La primera vez el arroz me quedó en su punto, mientras que la segunda vez pasó de todo: además de tener que usar arroz autóctono, se secó el agua mientras peleaba con el pescado, lo que me obligó a ponerle más para que terminara de hacerse. Para más colmo, no tenía vinagre de sake, por lo que seguí la vieja receta mexicana.

2.1. Cortar el pescado. 

He visto que los susheros cortan el pescado transversalmente, buscando una especie de veta que hay en la carne. 


Debería tener un cuchillo especial de hacer sushi, de esos que tiene un nombre y todo, pero los cuchillos japoneses no son de acero inoxidable y hay que mantenerlos como las katanas de los Samurai, con constantes mimos metalúrgicos; además tienen un alto precio. Por eso, el cuchillo que usé fue el más largo que conseguí, afilado para la ocasión.



2.2. Pasar Trabajo.


Horas peleando con el pescado. Buscándole las espinas para sacárselas con precisión de cirujano. Dándome cuenta que aunque lo mejor de la mar sea  el mero, no quiere decir que lo sea por falta de espinas. Mientras, los miembros de mi familia, incluyendo a mi mejor amigo ocasional, el gato, pasaban por la cocina para saber alternativamente: a) Cuándo estaría lista la comida y b) Por qué diablos no compré el f**ing sushi en el centro comercial. 



2.3. Enrollar los roles:


La primera cosa que descubrí fue que los fabulosos aparatos hechos de trocitos de bambú para enrollar los roles no eran otra cosa que individuales chinos para la mesa, con lo que involuntariamente me gané unos puntos con mi esposa quien me dijo que siempre había querido unos así. A todo evento, los individuales cumplieron bien su trabajo y pude colocar mis hojas de nori y apretarlas como si del pescuezo de alguien muy odiado se tratara.


3. Comer


Los roles fueron despachados con pasmosa velocidad. Inversamente proporcional al tiempo que me tomó preparar los ingredientes y armarlos.


4. Oler a Pescado


Luego de los rituales de limpieza de mi esposa por toda la cocina, el olor a pescado del recinto cedió ligeramente. No así en mis manos. Tras dos baños, el olor fue cediendo por fin al día siguiente, como si se tratara de una resaca epidérmica. Pasé todo el lunes en reuniones imaginando que socios y clientes se preguntaban acerca de mis hábitos de higiene personal.


5. Balance del post
La primera vez que los hice, los roles me quedaron bastante aceptables, suerte de principiante. La segunda no tanto, en parte por culpa del arroz, cuya consistencia no quedó tan buena. Mi familia los celebró mucho, como dije hace una semana, pero yo quedé exhausto y diciendo como en la primera vez, que vale más la pena pagar por los benditos roles que pasar el trabajo parejo haciéndolos.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Sushi Criollo


No estoy seguro que necesite describir el sushi hoy en día, pero lo haré por motivos académicos: Se trata de bolitas de masa frías de arroz blanco mezclado con vinagre de sake adornadas por pedazos de pescado que, cuando vienen en lajas sobre el arroz se llaman nigiri,  cuando vienen enrollados en hojas de algas se llaman roles y cuando vienen en conos se llaman temaki. Los roles y el temaki vienen con gran variedad de pescados y rellenos. Suelen comerse con salsa de soya, picante de rábano - llamado wasabi - y jengibre en conserva. 
Nuestro país tiene restaurantes de sushi desde hace buen tiempo. El Avila Tei estuvo en El Rosal hasta que la inseguridad de la zona los forzó a mudarse primero a La Libertador y ahora a La Castellana. No sabía desde cuándo estaban funcionando, hasta que consulté a mi primo culto google, quien me ilustró con el siguiente resultado:
“En 1971, Sr. Tanaka, hombre de negocios Japonés, se asoció con el Sr. Enomoto, quién cocinero Chef de la Embajada del Japón, para fundar KAMON, primer restaurante japonés de Venezuela en Chacaito, El Rosal.” 
“En aquellos tiempos no habia el conocimiento que actualmente se tiene de la gastronomia japonesa, y poco a poco fueron introduciendo platos calientes para luego llegar a los Sushi y Sashimi que hoy deleitan a los paladares más exquisito.” 
“El 8 de Junio de 1978, Sr. Tanaka y Sr. Enomoto abren un nuevo restaurante al que llaman Avila-Tei, y funcionó durante 21 años en El Rosal.” 
“En 1981, el Sr. Takeuchi, también cocinero Chef de la Embajada del Japón, se une al grupo y luego de 21 años le da una nueva imagen al Avila-Tei, donde además de su platos tradicionales, introduce ahora el menú ejecutivo.” 
(Según se puede ver en la página “http://riie.com.ve/?a=29847”)
Chanzas aparte con lo del Sr. Tanaka, quizá uno de los nombres más oídos en nuestra infancia de comiquitas japonesas, la historia de chefs egresados de la embajada del Japón me trae a la memoria la anécdota del ejercicio similar en Colombia: El chef de la embajada de allá también decidió independizarse pero llevándose consigo, a manera de prestaciones no acordadas por el patrono, la vajilla de la sede diplomática imperial. De más está decir que cualquier nipón que quisiera comer en el restaurante, tuvo que hacerlo de incógnito por mucho tiempo, so pena de ganarse la ira del embajador. Entiendo que ahora, gracias al tiempo que todo lo cura, pueden acudir sin mayores contratiempos.
En los ochenta y noventa hubo otros ensayos. Recuerdo otro en en la Avenida Tamanaco de El Rosal, creo que se llamaba Hatsuhana, otro llamado Kuro Obi en Santa Cecilia, y el queridísimo Sakura, en Los Palos Grandes, regentado por la poderosa combinación de un japonés casado con una colombiana: el Sr. Okada y la Sra. Esperanza. Esta nunca perdía detalle del ritmo de su local, hasta el punto de apuntarle a su marido cuando un comensal famoso hacía entrada: Tradicionalmente se trataba de japoneses con la cara apretada de cuando son importantes. 
No se si por puro cariño, debo decir que fue gracias a Sakura que el gusto por el sushi se popularizó en Caracas. Su oferta era eso que los críticos llaman honesta, con ingredientes de primera. Sakura tuvo que cerrar sus puertas luego que a su dueño y chef le diagnosticaron una enfermedad en 2008. He aquí la página de despedida que le dio El Universal: http://www.eluniversal.com/2008/03/08/ccs_art_el-hasta-pronto-de-s_742546.shtml. 
Luego vino la occidentalización e incluso la venezolanización del suchi (nótese que ya dejó de llamarse “sushi”) con los restaurantes cadeneros, entre los que se contaron varias opciones “to go”, a domicilio y los del famoso barquito, creo que hoy en día enviado a dique seco. Acá nuestra desenfadada inventiva criolla, digna del mejor post de Gordon Blue, nos ha regalado unas combinaciones que alzan cejas, pero que no dejan de gustar, como aquellas que traen mango y plátano. En algún lado escuché que el aguacate ya venía desde California fruto de un esfuerzo de mercadeo de los grandes carteles de la fruta, pero como igual lo cosechamos aquí y se lo ponemos a casi todo (vean si no los carritos de hamburguesas de la calle), entonces me da por pensar que también fue una inclusión criolla la de la palta.
Un viejo amigo ya ausente solía decirme que él se asomaba en los distintos sushi bar de la ciudad, y en lo que no veía un japonés armando los roles, seguía de largo, pero acá desde que se fue el Sr. Okada, no he vuelto a ver a ningún nipón en artes de eso que ahora llamamos “suchero”.
Todo este largo preámbulo lo hago para contar que ayer tuve un antojo, por lo que me fui hasta el automercado a comprar ingredientes cuyo precio aún me tiene en shock, y me propuse hacer las veces de suchero. Debo concluir que tengo la mejor familia del mundo, pues me celebraron mucho los roles que a mi se me antojaban como de engrudo y en cantidades exiguas. Prometo escribir con mayor detalle sobre la experiencia en un futuro cercano. De momento basta decir que a treinta y seis horas todavía me siento que huelo a pescado.

domingo, 14 de agosto de 2011

Agosto: In Vino Veritas

En los años setenta se pusieron de moda unas botellas de vino que eran verdes con un armazón vegetal de cesta, que si uno los desarmaba dejaba la botella sin apoyo, por ser de base redonda.  No recuerdo la marca, pero creo que era vino Chianti, y debo confesarles que no se trata de mi memoria excepcional, sino que gracias a ese pariente culto que todos tenemos que se llama Google y a su prima Wikipedia, busqué imágenes de botellas de vino italiano hasta que di con la que me recordaba mis años tiernos, y hete aquí que resultó Chianti.
El vino ha acompañado a la humanidad desde siempre. Es de recordar la imagen bíblica del génesis de cuando Noé, una vez soltados los animales del arca, luego de su periplo en las aguas del diluvio (por cierto, esa pobre arca debió oler a baño de estadium después del octavo ining de un Caracas Magallanes en el que la Polar hizo promoción 2 x 1), cultivó las uvas, sacó vino de ellas, lo bebió, se rascó, se enratonó, uno de sus hijos se burló de él y logró que lo maldijeran (al hijo, no a Noé) junto con toda su estirpe.
Esa imagen del Genesis me trae dos reflexiones. Una, que no debes excederte. Dos, que si quien se excede es alguien de tu familia debes cuidarlo en momentos en que no responde por su persona ni por su decoro. Porque a mi entender ahí ocurrieron dos faltas, la de Noé al agarrar su voladora, y la del hijo desoyendo el mandamiento de honrar a su padre. Pero me alejo, como siempre, de lo que quiero contar.
Decía que el vino persigue al hombre (o el hombre al vino, según se vea) desde tiempos inmemoriales, y ahí se me vuelve a prender el motor de la curiosidad, porque la lógica indica que el origen fue casual. Lo imagino producto del afán de almacenar los zumos de frutas para un uso posterior. De ahí, no es difícil inferir los resultados posteriores. Lo que si no es fácil, es imaginarse quién fue el macho a quien se le ocurrió apurar por primera vez algún fermento para descubrir el licor.
Los antiguos romanos y griegos tomaban el vino aguado (un poco como el güiski con agua nuestro) alguien me dijo que porque los vinos en la antigüedad eran resinosos y bastante más espesos de lo que nos tomamos con ese nombre hoy en día. Por el gusto de los antiguos se desarrollaron vastas regiones vitivinícolas (palabra dominguera para dármelas de culto), en casi todo el mediterráneo y sus áreas de influencia.
En cada región comenzaron a matar las pulgas a su manera, hasta que empresarios y merchandisers (bueno, no existía la palabreja, pero sí la actividad), decidieron inventarse lo de la denominación de origen, de manera de que cada región fuese la exclusiva autora de sus productos más característicos. Esta es la razón por la cual no tomamos champaña de ningún otro lugar que no sea de esa región de Francia, aunque los espumantes de otros países o regiones nos sepan - o nos rasquen - igual. 
Detalle curioso sobre este tema de la denominación de origen surgió no hace muchos años, cuando en Nápoles decidieron inventarse la Pizza con Denominación de origen. Algo muy divertido cuando se piensa que este plato ya le ha dado la vuelta al mundo varias veces y se come como exquisitez y como comida rápida. De más está decir que la iniciativa se diluyó en un mar de críticas.
El Siglo XX fue espléndido para los vinos: otras regiones se incorporaron a la actividad de producirlos, por lo que comenzamos a ver vinos de otras partes como California, Chile, Argentina, Australia, Sur Africa, y un largo etcétera. Hasta en nuestra Venezuela hay iniciativas serias que espero duren muchos años más, a pesar del despelote. Espero de igual forma que este Siglo XXI, que ya descuenta una década, nos siga trayendo buenas noticias y cosechas.

miércoles, 6 de julio de 2011

En Junio les hablo de salsas

En posts anteriores hablé de la importancia de la salsa como parte y complemento de los platos. ¿Necesito definirla? A menos que quiera hacer un chiste malo con el ritmo caribeño (por cierto, habrá que preguntarle a César Miguel Rondón por qué lleva ese nombre el son), creo que todos sabemos lo que es la salsa. Por mero rigor científico, les comento la salsa es el acompañante líquido más o menos espeso que se suele obtener, bien de la cocción de un plato principal, o a veces como preparado independiente, que forma parte de toda buena comida. El Larousse trae una definición propia de la cuna del enciclopedismo, y a la misma me remito, ya que el objeto de este post no es dármelas de erudito.
Todas las cocinas del mundo que yo conozco - que tampoco son tantas, a pesar de mi abdomen - tienen sus salsas, por mencionar algunas: El ketchup, las mostazas de distintos orígenes y grados de sofisticación, la batería de frascos que pueden verse en cualquier perrocalentero que se respete, la salsa de soya de los restaurantes japoneses (importante: no se crean el cuento de los frasquitos de Kikoman en los suchis criollos, que si verde o rojo; yo he visto a mesoneros rellenar los potes indistintamente usando un galón de otra marca más barata). 
Las salsas han existido desde tiempos muy antiguos. En la antigua Roma era famoso el “Garum”, una salsa producto de secar al sol varias especies de pescado y mariscos acomodados en capas con enormes cantidades de sal y puestos a fermentar durante varios días. El jugo que botaba ese preparado era recogido, envasado en ánforas y vendido como una exquisitez. En España y Las Baleares hubo verdaderas industrias para suplir las necesidades gastronómicas de los romanos, lo que demuestra que fue una moda muy duradera y lucrativa.
Pero lejos de mí esta fingida erudición, sobre todo en esta época de Internet, en la que cualquier buscador arrojará cualquier buen resultado y me dejará como un vulgar plagiario, por lo que les remito estos dos vínculos que hablan del garum:

El último vínculo citado, con claras intenciones publicitarias, tiene la peculiaridad de obviar la reacción natural que genera el imaginar a los romanos encontrando delicioso algo que se me antoja parecido al jugo que botan los camiones de basura caraqueños, para explicar que en Asia, luego de un proceso similar pero moderno, obtienen algo rico en otro producto que espanta a los gastroenterólogos por ablandar por igual carnes crudas y paredes estomacales, llamado glutamato.


Volviendo al principio y retomando lo sabroso: la salsa forma parte de esos placeres que va aprendiendo uno a disfrutar conforme entra en años. Mientras somos jóvenes podemos comer los platos principales a palo seco, pero en la medida que nuestras papilas se van desarrollando, pasamos a disfrutar de mayores matices y escalas de sabores y celebramos entonces a las salsas cuando están bien preparadas.

lunes, 6 de junio de 2011

Nada que ver con comida, hoy hablo de gimnasios por una sola vez.

Se acabó Mayo y no hubo nada en mi Blog. 

Interrumpí una de mis normas no escritas, la de al menos hacer un post mensual. Se me antoja que esto es como ir a un gimnasio: Si faltas, corres el riesgo de no volver más nunca. ¡Claro! Bloguear es menos costoso (y doloroso).
El sobrepeso ha sido uno de mis compañeros de vida más frecuentes. Un amigo solía decir que lo importante era mantenerse dentro del dial, por lo que uno podía pesar hasta unos 107,9 kilos... Yo he asumido como propia esta filosofía, aunque ahora veo la balanza con respeto.
He estado inscrito en gimnasios  tres veces en mi vida por brevísimos períodos de tiempo. ¿Razones? La que todos se imaginan, pero que me resisto a comentar, pero voy a contarles otras razones igual de válidas. 
La primera es el tiempo: Es difícil conseguir dos horas libres durante al menos tres días a la semana (a razón de media hora de ida, una hora adentro sufriendo, y media hora de regreso), en esta ciudad cada día más caótica: Ir al gimnasio constituye una verdadera epopeya.
Otra buena razón es la de que casi todos los gimnasios vienen atiborrados de esa fauna particular de entrenadores, derrochadores de físico, mujeres buenotas, y demás mortales - entre los que forzosamente me cuento - que terminamos haciendo cola por las máquinas más gustadas, mientras nos enteramos de todos los chismes de moda.
De las tres veces que estuve en un gimnasio, tengo dos anécdotas.  La primera fue la vez que le pregunté al administrador su opinión sobre pagar seis meses por adelantado. El individuo, alzándose sobre su escritorio y mirándome de pies a cabeza me soltó un solidario: “¡No, chamo: no vayas a perder esos reales!". La otra anécdota fue cuando me fui hasta el gimnasio a pie y luego me tuve que regresar en taxi porque los músculos no me respondían. 
Con estas dos historietas verídicas pretendo explicar por qué este blog es sobre comida y demás artes culinarias y no habla de mantenerse en forma.

martes, 12 de abril de 2011

Llegó Abril. ¿Les he hablado del pernil?

Cochino, cerdo, puerco, chancho o marrano. Se me acabaron los sinónimos del paquidermo más cercano que tenemos en estas tierras, aparte de la danta o tapir, con o sin María Lionza encima. Paradigitados, y supuestamente más inteligentes que muchos cánidos, son objeto de dichos y chistes que contribuyen al lugar común que son sucios.
Quienes los conocen bien (tengo un primo que es experto cochinólogo), dicen que efectivamente son muy inteligentes y por eso gustan de meterse en charcos de barro, para proteger su piel que es bastante delicada. Pero además, parece que no gustan del barro sucio, por lo que el mote de cochinos lo tienen mal endilgado.
En tiempos bíblicos el cochino fue denostado, incluso por una ley divina que hace que hoy en día ningún hebreo o musulmán practicante pueda comer su carne. Los cristianos y sus descendientes, muy probablemente por necesidad o por gusto, pronto buscaron una forma de circunvalar la ley, de manera de poder gozar de las bondades de la carne porcina.
Los cochinos ciertamente son unos animalitos muy aprovechables. Desde su piel que termina en chicharrón, pasando por sus vísceras, útiles en todos sus sentidos, su sangre, que termina en embutidos de distinta especie, sus huesos que sirven para harinas, y por último sus carnes, entre las que se cuentan los perniles.
Los perniles en puridad son dos: las piernas traseras del animal. Entiendo que a las delanteras se les llama paletas, aunque no se si el término, que viene del ganado vacuno, se aplica libremente al ganado porcino. 
Y si no me creen que puede haber varios nombres para partes similares, pregunten por la forma como se denominan las deyecciones, pero esta no es materia de un blog que se pretende culinario: No calza por cochino.
El cerdo también ha sido mal tratado por los médicos, por sus supuestas implicaciones en la salud. Tampoco creo que gane muchos adeptos si me pongo a pontificar sobre el colesterol por acá, así que dejemos la cosa de este tamaño. Baste solo decir que algunos médicos hoy día encuentran a la carne de cerdo más sana que la de pollo.
¿Por qué estoy escribiendo de esto? Es que tengo un pernil escondido en el freezer de mi casa, de esos que se gana uno con puntos en cierto supermercado, al que ahora le monto cachos con los mercaditos al aire libre. Cada cierto tiempo me habla para pedirme que lo prepare pronto.

Será materia de otro post cuando les cuente qué pasó con la pierna fantasma. Espero que en el mes en curso logre hacer al menos una de dos cosas: Postear un escrito y/o cocinar el bendito pernil.

martes, 8 de marzo de 2011

De la sobremesa

Algún médico gordólogo de los tiempos de mi infancia hizo famosa una dieta cuyo desayuno era una toronja, una rebanada de pan y un huevo tibio. Tenía almuerzos y cenas igual de magros y amargantes, para luego recomendar con letras gruesas “No hacer sobremesa”.
Aquella fue la primera vez que supe de la palabra, al verla en la dieta mecanografiada, que seguro aún debe estar en una de las gavetas del comedor de la casa de mis padres, gavetas que siempre han olido a remedio, anís estrellado y tela almidonada.
No es que antes no supiera el concepto de la sobremesa; estaba acostumbrado a ella desde los almuerzos familiares dominicales en casa de mis abuelos, pero no sabía que se llamaran así.
Constituye una práctica cada día más en desuso, máxime si tu cónyuge es una maniática de la limpieza que brinca como accionada por un resorte tan pronto se toma uno el cafe, para empezar a recoger, lavar y ordenar. Pero también se ha abandonado por la era de la velocidad e inmediatez.
Si por ejemplo estás en un restaurante, muy probablemente haya gran cantidad de comensales hambrientos esperando que la mesa se desocupe, junto con todos los operarios del local preocupados en las ganancias o las propinas del día, por lo que tendrás que levantarte de la mesa prontamente. También, aunque comas en la intimidad del hogar, deberás correr, si tienes un horario limitado para almorzar en el trabajo.
La sobremesa, como práctica de otra época, tiene su magia. Es el momento en que los comensales, ya saciada el hambre, se quedan un rato alrededor de la mesa conversando. Es un momento tremendamente familiar e íntimo, en donde se comparten alegrías, logros, y puede resolverse alguna que otra controversia entre parientes.

domingo, 27 de febrero de 2011

Unico Post De Febrero - De Los Mercados Al Aire Libre

Hay algo especial alrededor de los mercados al aire libre. Te llevan al origen mismo del hombre como ser social y a la ciudad como experiencia urbana. Intentaré explicarme más  adelante. 
Nuestros ancestros decidieron dejar la vida errante una vez que hubieron domesticado ciertos mamíferos y aprendido a sembrar aquellos vegetales que no los fulminaban al probarlos. Una de mis tías solía decir con respecto a la indiscutida bravura de alguien, que era más macho que aquel que se comió el primer aguacate. 
Por siglos se mantuvo más o menos estable la vida agrícola, hasta que surgió otra especie de hombres la cual decidió reunirse en concentraciones que devinieron en ciudades. 
Estos hombres urbanos se inventaron una forma de ganarse la vida que tuviera suficientes razones para no tener que volver al campo a reventarse el lomo. Muy posiblemente surge de ahí el dicho aquel que favorece ciertas actividades zalameras a la sombra, en lugar de escardillar bajo el sol.
El complejo de culpa por haber abandonado e campo aún nos persigue. Puede verse en muchas de nuestras casas caraqueñas; no faltan las casonas (cada vez hay menos, hay que decirlo), que tienen un pequeño huerto, o gallinero que prefiero calificarlo como horizontal, para no entrar en honduras políticas.
Pero incluso en nuestra moderna cultura de complejos residenciales divididos en apartamentos de mayor o menor tamaño surge la atávica nostalgia por el campo abandonado.  Claro que la nostalgia no es lo suficientemente intensa como para dejar todo lo que se está haciendo y volver contrito y agradecido al campo. Precisamente para ello, en mi caso particular, está la cita periódica con los mercaditos al aire libre. 
Los mercados a que me refiero son tenderetes armados por distintos marchantes en espacios adecuados para ello, tales como el mercado de Quinta Crespo o el de Chacao, o bien en ciertas calles en las que se erigen kioscos tipo verbena.
 Para visitar los mercados hay que estar mentalmente preparado, a riesgo de pasar una experiencia miserable. El parecido con las verbenas persiste: en los mercados te pueden apretujar, machucar y aplicar demás variaciones verbales, más o menos indecorosas. Pero en cambio puedes obtener vegetales, frutas, carnes, quesos y embutidos de una frescura y a un precio que derrotará cualquier supermercado de cadena.
Por fin el amable lector va comprendiendo a dónde lo trato de llevar en este post de blog que se supone homenaje a la culinaria venezolana. Precisamente, como les indicaba en alguno de los posts que preceden, la procura de los ingredientes es un paso de vital importancia en la elaboración de cualquier receta. Los mercados son, pues, el sitio ideal para conseguir ingredientes de calidad.
De ahí me viene a la memoria un detalle que complementa la anécdota que les escribí en diciembre sobre el pavo navideño que fui a buscar hasta Quinta Crespo: Ese día me escapé de la oficina hacia el mediodía, y me metí en el mercado vestido con mi uniforme de trabajo, que no es otro que un caluroso flux con corbata.
Me preguntarán por qué no me puse una ropa más cómoda para mi aventura. Convergieron dos factores; el primero, que salí un momento de la oficina a donde obviamente tenía que regresar y, el segundo, la memoria de mi abuelo, que me llevaba al mercado de Chacao con su traje, similar al mío, pero complementado con leontina, sombrero y bastón.
Me divertí mucho con mi visita al mercado ese día, sobre todo porque obviamente era un verdadero turista perdido entre la masa de marchantes, clientes y curiosos, viendome vestido como si fuera a practicar un embargo. Estoy seguro que hubo quienes se erizaron al verme, pero en lo que comencé a preguntar por precios suspiraron aliviados.