domingo, 14 de agosto de 2011

Agosto: In Vino Veritas

En los años setenta se pusieron de moda unas botellas de vino que eran verdes con un armazón vegetal de cesta, que si uno los desarmaba dejaba la botella sin apoyo, por ser de base redonda.  No recuerdo la marca, pero creo que era vino Chianti, y debo confesarles que no se trata de mi memoria excepcional, sino que gracias a ese pariente culto que todos tenemos que se llama Google y a su prima Wikipedia, busqué imágenes de botellas de vino italiano hasta que di con la que me recordaba mis años tiernos, y hete aquí que resultó Chianti.
El vino ha acompañado a la humanidad desde siempre. Es de recordar la imagen bíblica del génesis de cuando Noé, una vez soltados los animales del arca, luego de su periplo en las aguas del diluvio (por cierto, esa pobre arca debió oler a baño de estadium después del octavo ining de un Caracas Magallanes en el que la Polar hizo promoción 2 x 1), cultivó las uvas, sacó vino de ellas, lo bebió, se rascó, se enratonó, uno de sus hijos se burló de él y logró que lo maldijeran (al hijo, no a Noé) junto con toda su estirpe.
Esa imagen del Genesis me trae dos reflexiones. Una, que no debes excederte. Dos, que si quien se excede es alguien de tu familia debes cuidarlo en momentos en que no responde por su persona ni por su decoro. Porque a mi entender ahí ocurrieron dos faltas, la de Noé al agarrar su voladora, y la del hijo desoyendo el mandamiento de honrar a su padre. Pero me alejo, como siempre, de lo que quiero contar.
Decía que el vino persigue al hombre (o el hombre al vino, según se vea) desde tiempos inmemoriales, y ahí se me vuelve a prender el motor de la curiosidad, porque la lógica indica que el origen fue casual. Lo imagino producto del afán de almacenar los zumos de frutas para un uso posterior. De ahí, no es difícil inferir los resultados posteriores. Lo que si no es fácil, es imaginarse quién fue el macho a quien se le ocurrió apurar por primera vez algún fermento para descubrir el licor.
Los antiguos romanos y griegos tomaban el vino aguado (un poco como el güiski con agua nuestro) alguien me dijo que porque los vinos en la antigüedad eran resinosos y bastante más espesos de lo que nos tomamos con ese nombre hoy en día. Por el gusto de los antiguos se desarrollaron vastas regiones vitivinícolas (palabra dominguera para dármelas de culto), en casi todo el mediterráneo y sus áreas de influencia.
En cada región comenzaron a matar las pulgas a su manera, hasta que empresarios y merchandisers (bueno, no existía la palabreja, pero sí la actividad), decidieron inventarse lo de la denominación de origen, de manera de que cada región fuese la exclusiva autora de sus productos más característicos. Esta es la razón por la cual no tomamos champaña de ningún otro lugar que no sea de esa región de Francia, aunque los espumantes de otros países o regiones nos sepan - o nos rasquen - igual. 
Detalle curioso sobre este tema de la denominación de origen surgió no hace muchos años, cuando en Nápoles decidieron inventarse la Pizza con Denominación de origen. Algo muy divertido cuando se piensa que este plato ya le ha dado la vuelta al mundo varias veces y se come como exquisitez y como comida rápida. De más está decir que la iniciativa se diluyó en un mar de críticas.
El Siglo XX fue espléndido para los vinos: otras regiones se incorporaron a la actividad de producirlos, por lo que comenzamos a ver vinos de otras partes como California, Chile, Argentina, Australia, Sur Africa, y un largo etcétera. Hasta en nuestra Venezuela hay iniciativas serias que espero duren muchos años más, a pesar del despelote. Espero de igual forma que este Siglo XXI, que ya descuenta una década, nos siga trayendo buenas noticias y cosechas.