domingo, 27 de febrero de 2011

Unico Post De Febrero - De Los Mercados Al Aire Libre

Hay algo especial alrededor de los mercados al aire libre. Te llevan al origen mismo del hombre como ser social y a la ciudad como experiencia urbana. Intentaré explicarme más  adelante. 
Nuestros ancestros decidieron dejar la vida errante una vez que hubieron domesticado ciertos mamíferos y aprendido a sembrar aquellos vegetales que no los fulminaban al probarlos. Una de mis tías solía decir con respecto a la indiscutida bravura de alguien, que era más macho que aquel que se comió el primer aguacate. 
Por siglos se mantuvo más o menos estable la vida agrícola, hasta que surgió otra especie de hombres la cual decidió reunirse en concentraciones que devinieron en ciudades. 
Estos hombres urbanos se inventaron una forma de ganarse la vida que tuviera suficientes razones para no tener que volver al campo a reventarse el lomo. Muy posiblemente surge de ahí el dicho aquel que favorece ciertas actividades zalameras a la sombra, en lugar de escardillar bajo el sol.
El complejo de culpa por haber abandonado e campo aún nos persigue. Puede verse en muchas de nuestras casas caraqueñas; no faltan las casonas (cada vez hay menos, hay que decirlo), que tienen un pequeño huerto, o gallinero que prefiero calificarlo como horizontal, para no entrar en honduras políticas.
Pero incluso en nuestra moderna cultura de complejos residenciales divididos en apartamentos de mayor o menor tamaño surge la atávica nostalgia por el campo abandonado.  Claro que la nostalgia no es lo suficientemente intensa como para dejar todo lo que se está haciendo y volver contrito y agradecido al campo. Precisamente para ello, en mi caso particular, está la cita periódica con los mercaditos al aire libre. 
Los mercados a que me refiero son tenderetes armados por distintos marchantes en espacios adecuados para ello, tales como el mercado de Quinta Crespo o el de Chacao, o bien en ciertas calles en las que se erigen kioscos tipo verbena.
 Para visitar los mercados hay que estar mentalmente preparado, a riesgo de pasar una experiencia miserable. El parecido con las verbenas persiste: en los mercados te pueden apretujar, machucar y aplicar demás variaciones verbales, más o menos indecorosas. Pero en cambio puedes obtener vegetales, frutas, carnes, quesos y embutidos de una frescura y a un precio que derrotará cualquier supermercado de cadena.
Por fin el amable lector va comprendiendo a dónde lo trato de llevar en este post de blog que se supone homenaje a la culinaria venezolana. Precisamente, como les indicaba en alguno de los posts que preceden, la procura de los ingredientes es un paso de vital importancia en la elaboración de cualquier receta. Los mercados son, pues, el sitio ideal para conseguir ingredientes de calidad.
De ahí me viene a la memoria un detalle que complementa la anécdota que les escribí en diciembre sobre el pavo navideño que fui a buscar hasta Quinta Crespo: Ese día me escapé de la oficina hacia el mediodía, y me metí en el mercado vestido con mi uniforme de trabajo, que no es otro que un caluroso flux con corbata.
Me preguntarán por qué no me puse una ropa más cómoda para mi aventura. Convergieron dos factores; el primero, que salí un momento de la oficina a donde obviamente tenía que regresar y, el segundo, la memoria de mi abuelo, que me llevaba al mercado de Chacao con su traje, similar al mío, pero complementado con leontina, sombrero y bastón.
Me divertí mucho con mi visita al mercado ese día, sobre todo porque obviamente era un verdadero turista perdido entre la masa de marchantes, clientes y curiosos, viendome vestido como si fuera a practicar un embargo. Estoy seguro que hubo quienes se erizaron al verme, pero en lo que comencé a preguntar por precios suspiraron aliviados.