miércoles, 22 de agosto de 2012

Anita


Hoy me voy a escapar de la rutina y voy a escribir de algo muy personal, porque hoy hubiera cumplido ochenta años quien me enseñó a comer sabroso: Mi tía Anita. Lamentablemente el cáncer, empeorado por la situación del país, se la llevaron prematuramente. Ella solía llevarnos a todos los primos a buena cantidad de restaurantes.

Uno de nuestros favoritos era un Chino que quedaba cerca de casa de mis abuelos en La Castellana, que se llamaba Taiwan, y donde el maitre nos recibía riéndose al grito de “¡El pan de postle!” por una vez que nos atiborramos de pan al principio y dejamos toda la comida intacta. Anita, siempre amiga de las salidas prácticas solucionó el problema la siguiente visita con esa particular orden.

Anita, que daba clases hasta pasadas las 3 de la tarde con apenas una ovomaltina en el estómago, llegaba a mi casa hambrienta para que la acompañara a almorzar. Casi todas las veces llegábamos a una fuente de soda en El Rosal que se llamaba Tacos, y que quedaba donde ahora se levanta el Edificio Atrium. Yo, que había almorzado completo, merendaba como un verdadero troglodita. No en vano en esa época ambos ganamos peso desmesuradamente.

Anita cocinaba sus especialidades y cuando le provocaban no se detenía por la ausencia de instrumentos, por lo que era normal verla llegar a la casa con por ejemplo una olla de bronce, o cualquier otro utensilio raro para preparar lo que le provocara. Siempre dijo que gracias al fiado había conseguido todo lo que quiso.

Eran legendarios sus pasteles de polvorosa (de la era pre-Scannonne), sus mazapanes y sus merengones de fresa. También hacía unos sorbetes de fresa y mantecado, en una curiosa máquina que era como un barril de madera lleno de hielo en el que se insertaba un recipiente de aluminio con una batidora encima. Para los niños, la máquina era una verdadera curiosidad, pero rápidamente abandonábamos cuando nos dábamos cuenta que el ansiado helado tardaría horas en estar listo.

Anita siempre fue cariñosa y atenta con todos nosotros, dispuesta a dejar lo que tuviera por dárnoslo. No pasa un día sin que sienta su ausencia y cada vez que como a gusto la recuerdo.