viernes, 28 de diciembre de 2012

Las Bodas de Caná


Los flamantes contrayentes

Hay veces en las que Dios nos habla a través de los interlocutores mas inesperados. Así me ocurrió el domingo pasado en la Parroquia Universitaria de la UCAB. Seguro habrá quien me pregunte válidamente qué demonios me esperaba yo, si estábamos en una iglesia y en domingo, por lo que intentare explicarme sin salirme del propósito de Gordon Blue.   

Celebrábamos la boda eclesiástica de mis Tíos Adriana y Pedro. Como es costumbre en la liturgia de los matrimonios, las lecturas eran textos seleccionados de la Biblia sobre el amor y la fidelidad; el Cantar de los Cantares, la Epístola de San Pablo a los Corintios y el Evangelio de San Juan sobre las Bodas de Caná. Habrá quienes piensen que aquí no hay mucho de culinario, pero siga leyendo, amable lector.    

En el momento de la homilía, el padre Virtuoso dio la palabra a ambos contrayentes, quienes nos regalaron sendos discursos dignos de su calidad académica y humana: Profundos pero con palabras sencillas; íntimos pero con recato. Ambos predicaron sobre el milagro que había operado en ellos el amor, y sin dudarlo atribuyeron su boda a la intervención divina. 

Como Católico pasando por un período de aridez espiritual, ese Domingo me conmovió. Mis tíos me daban testimonio de que los milagros si ocurren, pero hay que trabajar por ellos. Ambas historias personales que ese día se entrelazaban, demostraban estrategia y picardía, haciéndonos concluir que para el que algo quiere no hay impedimento si se lo propone.

Del discurso del Tío Pedro se nos quedó a varios de los invitados grabada una idea: ¡Qué clase de bonche debió armarse en Caná de Galilea con seiscientos litros de excelente vino preparados por intervención divina! Ni que decir de la rasca de la concurrencia, la cual ya debía andar medio zarataca, porque se habían ventilado el obsequio principal. Esas palabras fueron excelente augurio de lo que nos esperaba más tarde en casa de ambos.

De los seiscientos litros de caña prometidos, seguramente yo me quedé con un tercio entre pecho y espalda, además, la oferta culinaria fue digna de la calidad de ambos contrayentes: Mayi, como cariñosamente le decimos a Adriana, es una cocinera insigne de gustos exquisitos graduados en Paris y Nueva York, con primaria y bachillerato en los fogones de mi Bisabuela y Abuela. Era de esperarse que para un día tan especial el almuerzo fuera del mas allá.

Una mención especial merece el salmón, nórdico de verdad verdad, de un rosado mas bien rojizo, traído expresamente por el Primo Germán Antonio, quien siempre nos expresa su cariño a través de gestos como ese, demostrándonos el tamaño de su alma, siempre enorme a pesar de la distancia. Otros pasapalos estuvieron a la altura del salmón, como unos canapés de pato que se sumergían en salsa de ostra, y los infalibles tequeños.

Un viejo amigo suele decir que la calidad de los cocineros se conoce por sus platos acompañantes, fórmula que hice mía desde el momento que la oí. En nuestro caso, había gratenes de maíz y ajo porro; arroz salvaje; y una ensalada de lentejas con perejil que celebré mucho, ya que tengo pensado preparar una similar para el año nuevo. Todos estos platos gravitaban alrededor de trozos de lomito acompañados de salsa bearnesa y otras que siempre dejo de lado.

El postre fue un plato servido con los delicados chocolates que el arte belga de La Praline nos ha dejado como testimonio que en Venezuela se consiguen productos de calidad internacional. Finalmente, entre los consabidos cantos (confieso haberme parado entre los músicos, pero estos tuvieron el buen juicio de no dejarme el micrófono) y los fenomenales habanos de los humidores del Tío Pedro, el café fuerte cerraba la comida.

La primera de las dos conclusiones es metabólica: Cuando la comida y bebida es de calidad, lo sabes al día siguiente con la ausencia de la resaca o ratón. Este fue el caso afortunadamente para mí, en estas épocas de excesos de ácido láctico, ascórbico, acetilsalicílico, úrico, o como se llame.  

La segunda, y ya en serio: Siempre he dicho que la comida es una celebración. En este caso la comida fue parte de la celebración. Si me pusiera a describir las conversaciones y bromas cursadas a lo largo del día, seguramente tendría materia para un par de capítulos de mi novela inconclusa. Baste decir que la familia es el último reducto que nos queda de normalidad y que está ahí a pesar de nuestras infidelidades y abandonos, por eso, en momentos como esta boda, nos ayuda a recuperar la fe perdida.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Panquecas


Es diciembre y me niego a hablar de comida navideña, a pesar de que en lo que va de mes nos han regalado tres tortas negras, tres cajas de chocolates, hemos ido a cuatro cenas ó almuerzos, y apenas estamos a mediados de mes.

Ya tengo en el taxiway un pernil para el 24 y prometo escribir cuando lo prepare, sobre todo porque esta vez voy a conservar la receta y compartirla. Tengo pensado ponerle clavos de olor y algunos otros ingredientes.

El pernil en el taxiway, primera foto mía.

Pero hoy es sábado, un día en que estamos a nuestras anchas por la casa y normalmente solemos poner más atención a los desayunos para preparamos con esmero, particularmente nos gusta preparar panquecas.

¿Necesito definirlas? Por mero rigor científico: Se trata de unas tortas redondas de distintos tamaños, normalmente delimitados por el fondo del sartén que se emplee para hacerlas, preparadas con harina y huevos y algunos otros ingredientes, como azúcar, aceite, sal y polvo de hornear, dependiendo de la receta que se emplee.

El primo culto Wikipedia dice que su origen se remonta a la antigua grecia, donde fueron nombradas con las palabras τηγανίτης (tēganitēs), ταγηνίτης (tagēnitēs) or ταγηνίας (tagēnias), término derivado de otro que significa “sartén”; no en vano los griegos lo tuvieron por el mango durante varios siglos. Las citas en griego son solamente para dármelas de culto.

Imagen tomada de http://www.tribtoday.com/page/content.detail/id/570849/The-History-of-Pancakes.html?nav=5059

Si me lo preguntan, diría que seguramente en la antigua grecia fue donde se tuvo primera memoria documentada de estas tortas, pero su origen debe perderse en las harinas del tiempo, ya que son una forma expedita de preparar un primo del pan, sin tener a la mano la parafernalia del horno y la levadura.

En apoyo a lo anterior, en casi todos los lugares del mundo se ven tortas de este estilo. Así tenemos a las inconfundibles crepes francesas, ultradelgadas que se usan tanto para salado como para dulce. También en la comida china, especialmente en la primera parte del Pato Pekín, mi favorita.

En la india se come el roti y en los países mediterráneos el pan pita. La forma circular de estos panes, antes de que a alguien se le ocurra alguna comeflorada heliocéntrica de sociólogo, debe venir de que es más fácil amasar bolas y aplanarlas en lugar de hornearla en otras formas geométricas, tal como ya dije en un post anterior sobre arepas.

El roti de la India tiene un pariente caribeño que constituye el plato nacional de Trinidad: una empanada rellena de guiso con curry que lleva además pollo, pescado o carne casi siempre con papas, que se suele comer con el picante antillano y para pasarlo se acompaña con agua de coco. Bien preparados son una verdadera exquisitez, pero no demasiado apta para estómagos delicados.

Imagen de roti tomada de http://www.eluniversal.com/estampas/anteriores/300405/gastronomia.shtml

Volviendo a las panquecas, en estas eras de cuidado por la figura, el desayuno con tanta harina puede ser contraindicado, pero hay pocas cosas más tentadoras y gratificantes que un buen montón de panquecas calientes para comérselas con sirope, miel o mermelada.