lunes, 31 de marzo de 2014

Almíbares

En mi pasado post de septiembre hablé de los duraznos en almíbar y prometí elaborar un poco más sobre cómo prepararlos.

El almíbar está clasificado como un tipo de caramelo en forma líquida o de jarabe. Recuerdo a mi mamá diciendo que comer caramelos era la forma más zoqueta de engordar, aunque hoy en día no esté muy de acuerdo con una sentencia tan dura.
Quedaba entonces una de mis tantas promesas incumplidas, por lo que ahora trato a la carrera de completar este escrito antes de que sean las doce de la noche y se acabe el mes de marzo, de forma de poder cumplir con la disciplina autoimpuesta de escribir al menos un artículo al mes en Gordon. Como indicador importante de mi procastinación, mi post de marzo del año pasado también lo guindé el 31.
La primera precisión que hay que hacer es que no se debe seguir la receta del gran Scannone, ya que si se hierven los duraznos por todo el tiempo que él recomienda, los frutos simplemente se deshacen, pero estoy adelantándome.

Hay que comenzar por escoger duraznos que no estén verdes, ni siquiera pintones, forma como en Venezuela llamamos a esos frutos que aún no están maduros, pero que ya pueden comerse porque tienen ese acido característico de algunos frutos verdes matizado por la cercana madurez.

Los duraznos se pelan y se procede entonces a preparar un almíbar, palabra que según mi profesor de castellano de primer año es de origen árabe, como todas las palabras que empiecen por “al” (aljibe, almohada, alfil, Al Capone… No, mentira, ese era ítalo-americano).
El almíbar se prepara con agua y azúcar, en proporciones iguales, a menos que se quiera menos dulce por razones de la receta. Los duraznos quedan bien con la proporción uno a uno. Al mezclar el azúcar y el agua y comenzar a hervir, se pueden meter los duraznos en la mezcla, de forma de comenzar a prepararlos y que el almíbar tome el sabor de los frutos.

Como comenté antes, no se deben hervir los duraznos por demasiado tiempo. Me pasó la primera vez que los preparé, por aquello de ceñirme cartesianamente a la receta, que se me disolvieron, quedando las semillas por un lado y la pulpa deshecha flotando en el jarabe.

En cualquier caso que no se conozca una receta, siempre funciona ir probándola hasta que alcance el sabor y contextura esperados. En el caso de los duraznos, hay que hacerlo transcurridos los primeros diez minutos, pues pronto van a estar listos.

Lo que resta es meternos en un frasco o recipiente de vidrio o cerámica, donde pueden almacenarse por mucho tiempo a temperatura ambiente bien cerrados. No en vano los llaman conservas, cuando se preparan así.
Para concluir, cabe una recomendación por experiencia: Ojo con los duraznos pequeños. Podrán notar que la receta habla de pelarlos, pero no de sacarles la semilla, por lo que al morderlos, recuerden que pueden dejar una corona con la pepa.
Nota Final: Ofrezco excusas por la ausencia de imágenes, pero limitaciones en la banda estrecha me imponen austeridad.