“Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de
las maravillas de la creación, y contemplar
un instante los
infinitos bienes y
comodidades que nos ofrece la tierra, para concebir desde
luego la sabiduría y grandeza de Dios y todo lo que debemos a su amor, a su
bondad y a su misericordia.”
Manuel Antonio Carreño – Manual de Urbanidad y Buenas
Maneras
Pasó Julio completico y no llegó el ansiado, autoprometido,
artículo del mes. Como el resto del casi año que transcurrió previamente, ideas
no faltaron. Pero para poder acomodarlas con orden se requiere cierta voluntad,
la cual es constantemente bombardeada por mi afecto a la procastinación.
Quería hablar de la etiqueta en la mesa como parte
integrante de una buena velada, y lo hago con cierto apremio, porque puede
salírseme el mantuano. De antemano debo comenzar por pedir disculpas si ofendo
a alguien.
Dicen que los ingleses inventaron la etiqueta en la mesa
para contrarrestar la calidad de su comida, pues antes que ellos dominaran el
mundo a finales del Siglo XIX, la gente podía comer más o menos con los modales
con que se le diera la gana. Como todas las entradas previas en este blog, esta
afirmación no tiene forma de demostrarse, pero ¡Qué caray!
Por etiqueta entendemos la suma de las buenas costumbres,
modales y educación en el momento de comer. Por ejemplo, saber con cuál
cubierto se comienza a comer cuando la mesa está puesta al estilo Downton
Abbey, o cuál copa emplear, hasta cómo sentar a los invitados en la mesa.
También está el comer sin hacer ruidos o sosteniendo adecuadamente los
cubiertos, además de cómo vestir en la mesa.
Podrá apreciar el amable lector que la vida moderna ha
difuminado mucha de la gloria que tuvieron las grandes mesas de finales del
siglo antepasado y comienzos del pasado. La falta de tiempo y la globalización
han atentado contra el lado social de la celebración culinaria.
No se come con modales solamente para agradar a nuestras
madres, quienes invirtieron buena parte de su juventud en domesticar salvajes. Termina
siendo un gesto de civilidad, por el cual se le regala al comensal amigo o
anfitrión de una buena velada el no mostrarle lo que estamos comiendo mientras
lo hacemos.
Y nuestra Venezuela parece tener mucho que ver con la
codificación de las buenas costumbres para amansar salvajes. Una especie de
etiqueta para Dummies,
pero
escrito hace ya siglo y medio.
Manuel Antonio Carreño según puede obtenerse en Wikipedia
Siempre me ha llamado la atención que un libro conocido en toda Hispanoamérica por ser un compendio de buenas virtudes no
solamente en la mesa, el famoso manual de Carreño, haya sido escrito por un
venezolano, para más señas, padre de la
más famosa y universal venezolana de todos los tiempos: la pianista Teresa
Carreño.
En casa la admiración y desdén por el libro vivían entremezclados,
recuerdo siempre a Anita recitando con voz de presentación de salón de clase
las primeras líneas del libro con que abro este post de hoy.
Sorprende desde siempre la preocupación y
esfuerzo de nuestros ancestros por recuperar la civilidad destrozada
durante la guerra, o por unificar los modales en una era de globalización
forzada por la migración: Que este libro universal se haya escrito en un país depauperado
y diezmado no nos debe pasar desapercibido en estos días en que creemos que no
hay solución a nuestros problemas.