domingo, 30 de agosto de 2015

Mandarinas al descubierto




Toda la vida creí que eran buenas, con su aroma peculiar y su facilidad para mondarse y comerse, pero hete aquí que no. 

Las mandarinas tienen doble agenda, y lo pienso demostrar en las líneas que siguen, si no me terminan internando en Bárbula.

Todo el mundo las quiere: son refrescantes y dulces en la mayoría de los casos, pero son frutas malvadas.

Cuando las pelas para comértelas te dejan su olor peculiar en los dedos por el resto de la tarde.

Sus pelos, blancos y amargos, hacen que muchas veces haya que quitárselos a los gajos para no arruinar el sabor de la fruta.

Aunque la pulpa pueda saber dulce en la mayoría de los casos te deja en el paladar su sabor amargo.

Si la empleas para cocinar, aplicará su maldición amarga a todo lo que intentes ponerle como ingrediente: En el único sitio donde pueden quedar bien es en ensaladas y luego de quitarles los pelos.

Si haces jugo con ellas, nunca va a quedar igual de sabroso que cuando te la comes al natural.

Y cuando se te olvidan en la nevera, luego de muchas semanas, piensas que estarán frescas, pero cuando las peles, descubrirás que sus gajos han cambiado de color y están duros y secos.

¿No es todo eso pura maldad?

Etiqueta



“Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la creación,  y  contemplar  un  instante  los  infinitos  bienes  y  comodidades  que  nos ofrece la tierra, para concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios y todo lo que debemos a su amor, a su bondad y a su misericordia.”
Manuel Antonio Carreño – Manual de Urbanidad y Buenas Maneras





Pasó Julio completico y no llegó el ansiado, autoprometido, artículo del mes. Como el resto del casi año que transcurrió previamente, ideas no faltaron. Pero para poder acomodarlas con orden se requiere cierta voluntad, la cual es constantemente bombardeada por mi afecto a la procastinación.

Quería hablar de la etiqueta en la mesa como parte integrante de una buena velada, y lo hago con cierto apremio, porque puede salírseme el mantuano. De antemano debo comenzar por pedir disculpas si ofendo a alguien.

Dicen que los ingleses inventaron la etiqueta en la mesa para contrarrestar la calidad de su comida, pues antes que ellos dominaran el mundo a finales del Siglo XIX, la gente podía comer más o menos con los modales con que se le diera la gana. Como todas las entradas previas en este blog, esta afirmación no tiene forma de demostrarse, pero ¡Qué caray!

Por etiqueta entendemos la suma de las buenas costumbres, modales y educación en el momento de comer. Por ejemplo, saber con cuál cubierto se comienza a comer cuando la mesa está puesta al estilo Downton Abbey, o cuál copa emplear, hasta cómo sentar a los invitados en la mesa. También está el comer sin hacer ruidos o sosteniendo adecuadamente los cubiertos, además de cómo vestir en la mesa.

Podrá apreciar el amable lector que la vida moderna ha difuminado mucha de la gloria que tuvieron las grandes mesas de finales del siglo antepasado y comienzos del pasado. La falta de tiempo y la globalización han atentado contra el lado social de la  celebración culinaria.

No se come con modales solamente para agradar a nuestras madres, quienes invirtieron buena parte de su juventud en domesticar salvajes. Termina siendo un gesto de civilidad, por el cual se le regala al comensal amigo o anfitrión de una buena velada el no mostrarle lo que estamos comiendo mientras lo hacemos.

Y nuestra Venezuela parece tener mucho que ver con la codificación de las buenas costumbres para amansar salvajes. Una especie de etiqueta para Dummies,
pero escrito hace ya siglo y medio.

Manuel Antonio Carreño según puede obtenerse en Wikipedia

Siempre me ha llamado la atención que un libro conocido en toda Hispanoamérica por ser un compendio de buenas virtudes no solamente en la mesa, el famoso manual de Carreño, haya sido escrito por un venezolano,  para más señas, padre de la más famosa y universal venezolana de todos los tiempos: la pianista Teresa Carreño.

En casa la admiración y desdén por el libro vivían entremezclados, recuerdo siempre a Anita recitando con voz de presentación de salón de clase las primeras líneas del libro con que abro este post de hoy.

Sorprende desde siempre la preocupación y esfuerzo de nuestros ancestros por recuperar la civilidad destrozada durante la guerra, o por unificar los modales en una era de globalización forzada por la migración: Que este libro universal se haya escrito en un país depauperado y diezmado no nos debe pasar desapercibido en estos días en que creemos que no hay solución a nuestros problemas.