Con la sequía intelectual que me aqueja, y antes que pase
más tiempo que el que ya media entre mi último post y éste, releí algunos de
los primeras entradas en este blog para buscar alguna inspiración y me
encontré con promesas de escribir algunos temas posteriormente.
Una de estas promesas iba junto con el café, pues se refiere
a las panaderías regentadas por portugueses la mayoría de las veces.
Todos sabemos de la inmigración europea que tuvo el país en
la época del crecimiento económico venezolano. Desde los años 50 hasta digamos
entrada la década de los 70, tuvimos una excelente inmigración europea,
fundamentalmente de España, Italia y Portugal.
Nuestros portugueses llegaron de casi todos los territorios
de su país, incluyendo antiguas colonias, como Angola o Goa, o los insulares de
Madeira y las Azores. Muchos llegaron para trabajar la tierra, y aún se les
consigue en sus sembradíos en zonas como Carayaca o el Hatillo rural, aún realizando
su arduo trabajo.
Otros desarrollaron sus habilidades comerciales montando comercios
y abastos, muchos de los cuales derivaron en exitosas cadenas conocidas. Otros
desarrollaron las artes culinarias en restaurantes y en las panaderías luso
venezolanas.
En las mismas no solo se consigue un excelente café, sino
que suele comerse el mejor pan y otros derivados del trigo, como croissants,
palmeras, pastelitos y otras exquisiteces de hojaldre.
Estas panaderías tienen su metabolismo muy difícil de
explicar. Suelen reinvertarse periódicamente, imagino que obedeciendo a algún
criterio profundamente estudiado, por el cual si no se renuevan, su clientela emigra.
Son locales primorosos, los cuales de cada cinco a ocho años
son demolidos íntegramente por dentro y vueltos a levantar. Los más atractivos
parecen verdaderos parques temáticos. Otros son un poco más humilde pero sin
dejar de ser primorosamente trabajados con su estilo particular.
Aún hoy en día, en esta espantosa época de escaseces, es
gratificante y esperanzador ver como esta portentosa raza de trabajadores abre
sus locales desde muy tempranas horas para ofrecer sus productos.
Cuando veamos una panadería abierta con las primeras luces
del día, siempre debemos tener en cuenta que sus encargados tuvieron que llegar
por lo menos un par de horas antes para la primera hornada de los productos que
ofrecen al abrir.
Vaya entonces nuestro humilde reconocimiento a este
extraordinario grupo de connacionales que han contribuido con su tesón,
inventiva y dedicación a mejorar nuestra acrisolada cultura culinaria.