sábado, 7 de abril de 2012

Permíteme contribuir en tu blog

(N del A) El post que se copia a continuación es una contribución de una buena amiga, quien comparte el gusto por la buena mesa, y que además captó la esencia de Gordon Blue. Lo que me queda por decir es que yo no lo hubiera escrito mejor. La autora es Saide Carolina Rangel, Chef graduada, Ingeniero, y no se qué otra profesión más. Por demás bella y enamorada de la vida, a quien de una vez recomiendo que continúe con la escritura y que compita conmigo en estas lides:


Por donde entra el Amor?? 
Esta es una historia de amor. Y empieza así… 
El amor a los abuelos es algo que no se enseña, es algo que se siente y que se desarrolla con los años. Tuve la fortuna de tener dos abuelas de personalidades opuestas. Una que era una apasionada por la cocina (creo que sin saberlo); y además la mejor cocinera que he conocido, aunque ese calificativo me lo “tumbó” la mano derecha de Ducasse, a quien considero uno de los mejores Chefs (en otra oportunidad les cuento), cuando me dijo que la mejor cocinera que él conocía era su abuela. 
Mi otra abuela, muy por el contrario, era una comensal de primera: Llegaba tarde a todo menos a la mesa. Se le quemaba hasta el arroz y recuerdo que en su nevera solo tenia soda para el güiski; agüita de berenjena para adelgazar; muchos tipos de quesos hediondísimos; leche, porque el café con leche en el desayuno era “impelable”; gelatina de cajita (para consentir a las nietas); y quisiera recordar qué más… pero les juro que no creo que tuviera más nada. Eso si, las hieleras hasta los “teque-teques” para los güiskicitos o los roncitos, que servia a las participantes de sus mesas de canasta (un juego de cartas que nunca entendí, ni tampoco me interesó, y por lo largo de cada partida, asumo que seria interesantísimo). 
Recuerdo que la primera abuela, materna por cierto, era demasiado estricta y disciplinada; mientras que la segunda, por la descripción de las compras que hacía ya entendieron que era por demás relajada. 
Me encantaba observar a mi Abuela Mimía en la cocina, quien se pasaba horas cuando no días en la preparación de algún exquisito plato y me hacia participe pidiéndome que le “machacara” los ajos en el mortero. Me sentaba en el piso (yo tendría unos escasos 3 o 4 añitos) y me ponía un mortero con la cantidad de ajo y la sal necesaria entre las piernitas y me hacia machacar aquello hasta que se convertía en una pasta tan homogénea que ya no le quedaba mas remedio que darme otra tarea. Eso si!  Yo no decía nada hasta que ella no viera, sino que seguía “dale que dale” hasta ella se volteara. De esa cocina recuerdo que salían unos fragantes y deliciosos platos que con el tiempo fueron cultivando este paladar mío, que ahora no puedo clasificar de otra manera sino de “sibarita”. 
Bueno… es así como entra en mí el amor por la comida. 
Ahora, ya mayorcita, me solidarizo con todas aquella personas que respeten la palabra gastronomía; que entienden que es una forma de vivir, que ademas se acompaña con buen vino y … Hoy por hoy al entrar a un restaurant si se tienen buen vino, buena gastronomía y buen servicio, entonces … ¡Encontramos el amor! 
Hace 4 años entre en un sitio así… tenia los tres ingredientes antes mencionados, y al salir el garante de tan alta oferta, me enamoré: De un francesito nacido en Bourbon Lancy… con su restaurancito abierto hasta bien entrada la noche cuando yo regresaba de mi trabajo hambrienta y con ganas de comer bien por ser la cena. 
Ahora el dilema comenzaba por enseñarle al dichoso francesito nuestra cocina; a alguien que no entiende la integración del maíz en el día a día de un latino, pues las arepas le parecen pesadísimas. En ese aspecto intervino mi mamá, con su francés del San Jose de Tarbes, y su educación insuperable, quien preparó un delicioso sancocho de carne (como aquellos que se sirven solo una vez al mes en nuestras mesas) y el francesito arranca a comer… y cuando no puede comer mas dice: Madame, el “Pot-Au_Feu” estaba delicioso! Al decir aquello, nos quedamos todos helados! ¿El pot de qué? Bueno… señores blogueros, nuestro sancocho, como se sirve en la mesa caraqueña (carne en una bandeja, vegetales en otra, caldo en su bol, todo por separado) se llama pot-au-feu y es muy común en la famosa cocina Bourbonnais. Es por ello que me emocione y decidí decirle a mi queridísimo Manuel: “Permíteme contribuir en tu blog”. 
Manuel, no se si por educadísimo que es, o por la simpleza de no herirme mis sentimientos de critica de restaurantes frustrada me dijo: (…) Adelante, que yo reconozco fuentes (…)”. 
Entendí el día que sentamos a mi francesito en la mesa de mis papás que los venezolanos desarrollamos un amor por la comida increíble. Nos gusta el buen comer, no sabíamos de vinos (que de paso sea dicho llegaban todos “quemados” a Venezuela, imagino que seria por el largo viaje) y nos las ingeniamos para ir aprendiendo, y nunca nos sentaremos en una mesa sin ser de los mejores críticos (como particularmente me define mi francesito a mi).

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