lunes, 14 de noviembre de 2011

Sushi Criollo


No estoy seguro que necesite describir el sushi hoy en día, pero lo haré por motivos académicos: Se trata de bolitas de masa frías de arroz blanco mezclado con vinagre de sake adornadas por pedazos de pescado que, cuando vienen en lajas sobre el arroz se llaman nigiri,  cuando vienen enrollados en hojas de algas se llaman roles y cuando vienen en conos se llaman temaki. Los roles y el temaki vienen con gran variedad de pescados y rellenos. Suelen comerse con salsa de soya, picante de rábano - llamado wasabi - y jengibre en conserva. 
Nuestro país tiene restaurantes de sushi desde hace buen tiempo. El Avila Tei estuvo en El Rosal hasta que la inseguridad de la zona los forzó a mudarse primero a La Libertador y ahora a La Castellana. No sabía desde cuándo estaban funcionando, hasta que consulté a mi primo culto google, quien me ilustró con el siguiente resultado:
“En 1971, Sr. Tanaka, hombre de negocios Japonés, se asoció con el Sr. Enomoto, quién cocinero Chef de la Embajada del Japón, para fundar KAMON, primer restaurante japonés de Venezuela en Chacaito, El Rosal.” 
“En aquellos tiempos no habia el conocimiento que actualmente se tiene de la gastronomia japonesa, y poco a poco fueron introduciendo platos calientes para luego llegar a los Sushi y Sashimi que hoy deleitan a los paladares más exquisito.” 
“El 8 de Junio de 1978, Sr. Tanaka y Sr. Enomoto abren un nuevo restaurante al que llaman Avila-Tei, y funcionó durante 21 años en El Rosal.” 
“En 1981, el Sr. Takeuchi, también cocinero Chef de la Embajada del Japón, se une al grupo y luego de 21 años le da una nueva imagen al Avila-Tei, donde además de su platos tradicionales, introduce ahora el menú ejecutivo.” 
(Según se puede ver en la página “http://riie.com.ve/?a=29847”)
Chanzas aparte con lo del Sr. Tanaka, quizá uno de los nombres más oídos en nuestra infancia de comiquitas japonesas, la historia de chefs egresados de la embajada del Japón me trae a la memoria la anécdota del ejercicio similar en Colombia: El chef de la embajada de allá también decidió independizarse pero llevándose consigo, a manera de prestaciones no acordadas por el patrono, la vajilla de la sede diplomática imperial. De más está decir que cualquier nipón que quisiera comer en el restaurante, tuvo que hacerlo de incógnito por mucho tiempo, so pena de ganarse la ira del embajador. Entiendo que ahora, gracias al tiempo que todo lo cura, pueden acudir sin mayores contratiempos.
En los ochenta y noventa hubo otros ensayos. Recuerdo otro en en la Avenida Tamanaco de El Rosal, creo que se llamaba Hatsuhana, otro llamado Kuro Obi en Santa Cecilia, y el queridísimo Sakura, en Los Palos Grandes, regentado por la poderosa combinación de un japonés casado con una colombiana: el Sr. Okada y la Sra. Esperanza. Esta nunca perdía detalle del ritmo de su local, hasta el punto de apuntarle a su marido cuando un comensal famoso hacía entrada: Tradicionalmente se trataba de japoneses con la cara apretada de cuando son importantes. 
No se si por puro cariño, debo decir que fue gracias a Sakura que el gusto por el sushi se popularizó en Caracas. Su oferta era eso que los críticos llaman honesta, con ingredientes de primera. Sakura tuvo que cerrar sus puertas luego que a su dueño y chef le diagnosticaron una enfermedad en 2008. He aquí la página de despedida que le dio El Universal: http://www.eluniversal.com/2008/03/08/ccs_art_el-hasta-pronto-de-s_742546.shtml. 
Luego vino la occidentalización e incluso la venezolanización del suchi (nótese que ya dejó de llamarse “sushi”) con los restaurantes cadeneros, entre los que se contaron varias opciones “to go”, a domicilio y los del famoso barquito, creo que hoy en día enviado a dique seco. Acá nuestra desenfadada inventiva criolla, digna del mejor post de Gordon Blue, nos ha regalado unas combinaciones que alzan cejas, pero que no dejan de gustar, como aquellas que traen mango y plátano. En algún lado escuché que el aguacate ya venía desde California fruto de un esfuerzo de mercadeo de los grandes carteles de la fruta, pero como igual lo cosechamos aquí y se lo ponemos a casi todo (vean si no los carritos de hamburguesas de la calle), entonces me da por pensar que también fue una inclusión criolla la de la palta.
Un viejo amigo ya ausente solía decirme que él se asomaba en los distintos sushi bar de la ciudad, y en lo que no veía un japonés armando los roles, seguía de largo, pero acá desde que se fue el Sr. Okada, no he vuelto a ver a ningún nipón en artes de eso que ahora llamamos “suchero”.
Todo este largo preámbulo lo hago para contar que ayer tuve un antojo, por lo que me fui hasta el automercado a comprar ingredientes cuyo precio aún me tiene en shock, y me propuse hacer las veces de suchero. Debo concluir que tengo la mejor familia del mundo, pues me celebraron mucho los roles que a mi se me antojaban como de engrudo y en cantidades exiguas. Prometo escribir con mayor detalle sobre la experiencia en un futuro cercano. De momento basta decir que a treinta y seis horas todavía me siento que huelo a pescado.

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